Argentina: un tango a la derecha

de Marco Consolo –

Celebra con champagne francés la derecha argentina y aquella del resto del continente. Con una diferencia de menos del 3% y un estrecho margen de 700.000 votos, al balotaje pasa su candidato Mauricio Macri, el “Berlusconi argentino”, que vence a Daniel Scioli, el candidato del Frente para la Victoria y en cierto modo representante del continuismo (51.6% a Macri, 48,3% a Scioli, 22% de abstencionismo). La toma de posesión de Macri está prevista para el 10 de diciembre.
Es la primera vez desde 1998, año en el que Hugo Chávez venció en las elecciones en Venezuela, que la derecha reconquista a través de las urnas el gobierno de un país que estaba buscando una alternativa.
Un factor decisivo para la victoria han sido los sufragios del peronismo conservador, que votó al primer turno por Sergio Massa, quien terminó tercero. Olfateando el aire, Massa había pedido una señal de “cambio” en el balotaje, garantizando así implícitamente su apoyo “crítico” a la derecha de Macri, quien, en efecto, logró esta vez sumar los votos de una parte importante del electorado conservador del peronismo. Hoy Massa pone a disposición sus electos en las Provincias y los votos de sus parlamentarios.
En el resultado también ha jugado un papel el apoyo de parte de los “socialdemócratas” de la Unión Cívica Radical, quien ya desde el primer turno había estrechado una alianza política con la derecha.

Las razones de la derrota oficialista

Se trata de una derrota prevista y de múltiples causas. Ante todo, la erosión del consenso después de 12 años de gestión ininterrumpida con varios errores, una alta inflación que ha mermado el poder adquisitivo de los salarios, algunos casos impactantes de corrupción, la dificultad de responder a los ataques de los poderes fácticos internacionales, el tener que enfrentar las contradicciones internas (siempre presentes en un proceso de transformación), y un estilo “autosuficiente” de gobierno.

Determinante ha sido también la permanente ofensiva de los grandes medios de comunicación (argentinos e internacionales), contra el gobierno y contra su legislación anti-monopolio sobre los medios, con el grupo Clarín en primera fila. El gobierno no ha logrado desarmar la “narración” de los “latifundios mediáticos”, que dió por descontada una victoria de Macri, (hasta con una distancia de 16 puntos), convenciendo a los sectores más conservadores de que la “suerte estaba echada”. En un futuro próximo, la derecha política tendrá que devolverle el favor a la mediática: la Ley sobre los Medios de Comunicación será otro de los objetivos de la restauración conservadora.

Ciertamente, un punto que ha jugado en contra del gobierno ha sido la crisis internacional, cuyo impacto sobre las economías latinoamericanas ha significado, entre otros, meter mano a las reservas de divisa y tener que revisar la implementación de los planes sociales y redistributivos.

Importante capítulo aparte es la nueva “capa media”, que ha votado por el cambio de gobierno (tal como lo hizo en Brasil), a pesar de la evidente mejoría de sus condiciones de vida y de su poder adquisitivo. Es un hecho que se repite en muchos países del continente y que nos tiene que hacer reflexionar. En el caso argentino, en las últimas décadas, el comportamiento de la capa media ha oscilado entre posiciones radicales y períodos reaccionarios, también pro-golpistas.
Pero en términos generales, la lección que nos han dejado las urnas argentinas es que no basta con sacar de la pobreza a amplios sectores de la población para tener consenso electoral. La nueva capa media ya ha introyectado los derechos sociales adquiridos, evidenciados por una mayor capacidad de consumo. No cree que se pueda realmente volver atrás, porque los últimos años se ha convencido de la irreversibilidad de los procesos. No solo esto. En muchos casos la nueva capa media (y la vieja) reivindica para si los recursos destinados a favor de los mas pobres, en una especie de “guerra entre los ex-pobres y los todavía pobres”.

Last but not least el candidato del gobierno saliente, Daniel Scioli. Gobernador todavía por poco de la Provincia de Buenos Aires, mal visto por los sectores más militantes del “kirchnerismo” dada su gestión moderada y sus vínculos pasados con el ex-presidente Carlos Menem. Un candidato con poco carisma, cuya imagen es más cercana al peronismo de los años pasados, que al “kirchnerismo” del siglo XXI. Y Cristina Fernández ha preferido mantenerse a “distancia de seguridad” del certamen electoral, quizás tratando de cuidar lo que quedó de su popularidad para el próximo mandato.

No hay duda de que, en estos 12 años, tanto Néstor como Cristina no han logrado hacer espacio a ningún sucesor capaz de representar una alternativa creíble y vencedora. Esta decisión ha pesado en muchos sectores que han optado por el voto en blanco, a pesar de que Scioli haya recuperado cerca de 3 millones de votos desde la primera vuelta.
Y es así que las peores previsiones de la víspera se han cumplido, sin sorpresas. La clamorosa performance de Macri en la primera vuelta puso en alerta a los militantes “kirchneristas”, que condujeron una generosa campaña en la calle y puerta a puerta, de cuya envergadura la Argentina no tenía recuerdos recientes. Pero no fué suficiente. Los 12 años de gobierno “kirchnerista” (primero Néstor Kirchner y después de su desaparición, Cristina Fernández) no bastaron para consolidar una base social organizada que garantizara la continuidad de las transformaciones sociales del país.

El rostro moderno de la derecha

En línea con las sugerencias de los spin doctors del marketing electoral, Macri ha sabido reinventarse. Ha hecho todo lo posible para alejar de sí la imagen de los “dinosaurios golpistas” asociada a la derecha del pasado, la del “sepulturero” de las conquistas sociales, presentándose sonriente y simpático, con un cartel de partidos con el atractivo nombre de “Cambiemos”. Durante la campaña ha tenido que reconocer incluso algunas transformaciones positivas del gobierno de Cristina Fernández, llegando a afirmar que cree “en el papel de un Estado fuerte”.

Sin embargo, fiel al lema del “pero también…“, en campaña electoral ha prometido Estado y a su vez mercado, multinacionales y a su vez patria, es decir, todo y su contrario. Donde no hay contradicción, es en su programa de devaluación de la moneda, de eliminación de los subsidios estatales al transporte, luz, gas y un corte generalizado en los programas sociales a favor de los más pobres. Fácil prever entonces un panorama futuro de caída vertical del poder adquisitivo de los salarios.
Pocas horas después del resultado electoral, el nuevo presidente ha prometido que la economía será conducida por un grupo de “6 técnicos”, en función de recobrar la “competitividad necesaria” para la economía del País.

Al mismo tiempo Macri ha reconfirmado la necesidad de establecer acuerdos con los “mercados financieros” y sobretodo con los llamados “Fondos Buitres”, que gracias a un juez estadounidense complaciente, no quitan sus garras de las posibles ganancias estratosféricas gracias a su adquisición a ‘precio de huevo’ de la deuda externa. En estos años nunca han querido acogerse a las propuestas de reestructuración de la deuda hechas por el gobierno.

En peligro están también las políticas de defensa de los Derechos Humanos, una de las banderas del gobierno actual, con centenares de juicios realizados (y otros tantos pendientes) a los responsables militares y civiles del genocidio de la dictadura, que hoy organizan su desquite.
Por otra parte, es complejo para Macri el cuadro parlamentario, donde no tiene mayoría propia ni en la Cámara ni en el Senado (este último en manos del “kirchnerismo”). Pero controla, sin embargo, muchas de las provincias más importantes, entre las cuales se encuentra la de Buenos Aires, la más grande del país y ex-fortaleza peronista, que concentra casi el 40% de los electores, expugnada en la primera vuelta justo a Daniel Scioli.

Peronismo en disputa

No hay duda de que el resultado electoral abre la disputa sobre el control y la representación del Partido Justicialista -el partido peronista-, tanque histórico en términos electorales, de poder, de clientelismo y de consenso. En el balotaje la verdadera sorpresa ha sido el voto de Córdoba, en manos del gobernador peronista José Manuel de la Sota, que le ha garantizado a Macri el 70% de los votos de la Provincia, haciendo mucha diferencia en el resultado final.
Hoy, por lo tanto, las dos figuras emergentes parecen ser la de Sergio Massa (real fiel de la balanza) y la de José Manuel de la Sota. Ambos declaran el apoyo “crítico” al gobierno de Macri y cuentan con varios parlamentarios. No hay que descartar que algún diputado electo con Massa pueda engrosar las filas del “macrismo”.

Como es sabido, el complejo fenómeno peronista ha tenido la capacidad en el pasado de aunar opciones contrastantes y estridentes entre ellas (desde la izquierda radical de los “Montoneros”, hasta los escuadrones de la muerte de la “Triple A”), con las figuras de Juan Domingo Perón y Evita como los referentes que concitaban multitudes. Con Néstor Kircher antes y con Cristina Fernández luego, dentro del peronismo hubo la tentativa de construir el ala “kirchnerista”, una especie de “tercera vía”, con organizaciones de masa, sobre todo entre los jóvenes.
Resulta que la principal incógnita concierne precisamente a aquellas organizaciones, crecidas en los 12 años de gobierno. Sus sectores más militantes torcieron la boca sobre la candidatura de Scioli, y hasta último momento han mantenido una posición crítica. Habrá que ver si sabrán aguantar el impacto del desplazamiento de las posiciones de poder, antes garantizadas por el paraguas del gobierno “kirchnerista”. Y si acaso el movimiento sindical, fuertemente dividido, logrará encontrar su propio protagonismo, autónomo del gobierno.

El cuadro internacional

El resultado electoral tendrá sin duda repercusiones sobre el panorama político latinoamericano, que se ha visto caracterizado a lo largo de los últimos 15 años por la presencia de gobiernos progresistas y de izquierda, que apostaron a la unidad y a la integración regional, alejándose de la órbita estadounidense.
Aunque pragmáticamente declara la voluntad de seguir haciendo negocios con China, Macri ha confirmado querer acercarse a los Estados Unidos (y a Israel, con un ojo a la importante comunidad judía del país), al Fondo Monetario Internacional, y a sus amigos predilectos, como el ex-presidente colombiano Álvaro Uribe (que lo definió como “una esperanza para todos los latinoamericanos que necesitan líderes sobresalientes”), al Partido Popular español de Rajoy y, finalmente, a la oposición venezolana, firme a su lado durante la campaña electoral.

El nuevo Presidente ha insistido sobre su pedido de suspensión de Venezuela del Mercosur, acusada de no respetar la así llamada “Cláusula Democrática” por “abusos contra los opositores y la libertad de expresión”. La cláusula, inspirada en la de la Organización de los Estados Americanos (OEA), prevé la posibilidad de sanciones como el cierre total o parcial de las fronteras terrestres, la suspensión o la limitación del comercio, del tráfico aéreo o marítimo, de las comunicaciones, del suministro de energía y servicios. Pero mas allá de la propaganda, parece difícil que en el Mercosur exista consenso sobre una propuesta tan politiquera.

El ataque frontal a Venezuela también ha venido en los días pasados desde la misma OEA, esa que el “Che” Guevara definió como “ministerio de las colonias” de los Estados Unidos. El actual Secretario General, el uruguayo Luis Almagro, hace unos días arremetió de manera grosera en contra de las autoridades electorales venezolanas, provocando la toma de distancia pública del ex-Presidente José “Pepe” Mujica, que en su momento lo había propuesto para aquel cargo.

Las derechas latinoamericanas (y los Estados Unidos), apuntan ahora a potenciar a lo sumo “el efecto dominó” en todo el continente, a partir de las próximas elecciones del 6 de diciembre en Venezuela, para luego atacar a fondo al gobierno de Dilma Rousseff en Brasil. Y después, los otros.

Mala tempora currunt para los procesos de transformación en América Llatina. Es inútil discutir sobre el pasado neo-liberal, con viejas respuestas a nuevas preguntas. Los jóvenes no han conocido ni las dictaduras, ni las largas noches neo-liberales. Hoy la clave está en el futuro, que se anuncia turbulento.