De Foros y alternativas

de Marco Consolo, Ciudad de México –

A principios de Agosto se reunió en la Ciudad de México el Foro de Sao Paulo, el amplio conjunto de la izquierda latinoamericana en sus múltiples matices. Mucha agua ha pasado bajo el puente desde aquel 1990, cuando en Brasil un pequeño grupo de partidos y movimientos dio origen a este importante foro. En todo el continente sólo había un partido de izquierda en el gobierno (y en el poder), el Partido Comunista de Cuba. Hoy, 25 años más tarde, en más de 10 países partidos miembros del Foro están en el gobierno. Y la izquierda continental se ha reunido de manera regular, para discutir y desarrollar un plan de acción común que ha permitido hacer avances y transformaciones sociales y políticas significativas. Pero, lejos de ser un jardín de rosas, no hay ninguna duda de que la coyuntura política de América Latina se caracteriza por la contraofensiva de la derecha continental y de Estados Unidos, que se mantiene y se profundiza.
Sin olvidar los muchos logros positivos obtenidos hasta el momento – logros que han cambiado de manera significativa las condiciones materiales de vida de millones de personas- parece útil identificar algunas áreas problemáticas del futuro inmediato.

Golpes de baja intensidad

La contraofensiva adquiere tonos y características diferentes en los distintos países, pero hay un hilo común que la caracteriza si nos fijamos en general en la experiencia de todo el continente. La diferencia con el pasado es que hoy en día esta contraofensiva es mucho más refinada e inteligente.
Si parecen lejanos los tiempos de los golpes de Estado sangrientos, hecho por los militares con tanques, para establecer dictaduras cívico-militares, ahora lo que está de moda y domina en los “think tanks” de Washington es la estrategia de los “golpes blandos”, los “golpes de Estado de baja intensidad”.
En los últimos años hemos visto este tipo de golpes en Honduras y Paraguay (donde los golpes institucionales tuvieron éxito), así como en Venezuela, Bolivia y Ecuador (donde fallaron). Pero, como se ha evidenciado en los últimos meses, ciertamente no han pasado de moda.
Hoy en día -parafraseando una expresión utilizada por la izquierda en otros tiempos- la derecha utiliza una “combinación de formas de lucha” en mayor medida que en el pasado. El capital financiero (fondos buitre contra Argentina, especulación y manipulación cambiaria sobre la moneda en Venezuela, etc.), la presión diplomática, el fortalecimiento de la presencia militar bajo el pretexto de la “guerra contra las drogas” y el “narcoterrorismo” (México y Colombia), las operaciones de “guerra psicológica”, se articulan con los asesinatos selectivos de líderes políticos y sociales (Venezuela, El Salvador), con el uso de la delincuencia común (El Salvador) y de grupos paramilitares para infundir terror (Honduras, Venezuela), con el calentamiento de calle (Brasil, Ecuador), con el sabotaje económico y el acaparamiento de los bienes esenciales para provocar el descontento en la población (Venezuela), las demandas “autonomistas” (Bolivia), y los intentos de fracturas institucionales.

Las togas en contra

Los “golpes de baja intensidad”, ahora tienen una nueva flecha a su arco: el poder judicial, todavía dominado casi en su totalidad por los “poderes facticos”, que actúa por acción u omisión según los escenarios (casos El Salvador y Brasil).
En El Salvador, por ejemplo, los diligentes jueces de la Sala Constitucional de la Corte Suprema de Justicia buscan estrangular económicamente al gobierno, declarando inconstitucional la emisión de Letras del Tesoro para encontrar los recursos destinados a las políticas sociales. Y mientras tanto defienden la “libertad de expresión” de una docena de soldados detenidos porque querían marchar fuertemente armados hacia el parlamento, para exigir un aumento salarial.

Y la “lucha contra la corrupción” se convierte en caballo de batalla de los tribunales al servicio de la derecha política y económica, con Washington que dispensa licencias de “transparencia y moralidad”. El caso de Brasil es el más evidente, pero no el único. Se acusa de corrupción a los gobiernos progresistas, a menudo sin una sola prueba, gracias a los medios de comunicación que se elevan a verdaderos tribunales paralelos fuera de las aulas de tribunales competentes, condenando antes de tiempo y preparando el ambiente para los ataques de la judicatura. No se trata de negar los casos de corrupción que puedan existir también en la izquierda (y que deben ser juzgados y condenados en términos muy claros), sino de no ser ingenuos sobre el uso instrumental que se hace de un tema tan sensible.
Sabemos que la memoria es corta, y se convierte en un problema del presente una cuestión fisiológica del sistema capitalista. Se pasa una esponja sobre el pasado de corrupción, ocultando el entramado perverso entre el poder económico, el poder político y el poder judicial que ha caracterizado, entre otros, los años de la orgía neoliberal, con la privatización de las empresas públicas. El Chile de Pinochet es el caso más descarado, con una docena de familias de la oligarquía enriquecidas a la sombra de la dictadura, aún impunes gracias al “pacto de transición” a la democracia.

Colombia: un conflicto sin fin

Fuerte es la preocupación de la izquierda latinoamericana sobre el conflicto en Colombia, que ha ensangrentado el país durante más de medio siglo. A pesar de las esperanzas por el diálogo abierto entre el gobierno y la guerrilla de las FARC-EP (y la posibilidad de extenderlo al otro grupo guerrillero, el ELN), las cifras del conflicto social y armado son dramáticas. En el país hay alrededor de seis millones y medio de desplazados internos a causa del robo de tierra, hecho mediante asesinatos, amenazas y presiones de diversa índole. Los datos de la Fiscalía, es decir de una institución del Estado, hablan de al menos cincuenta mil detenidos desaparecidos, casi el doble de lo conocido en el caso de la dictadura argentina.

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Los exiliados en el extranjero son casi medio millón y son más de 9000 los presos políticos. Con respecto a las ejecuciones extrajudiciales llevadas a cabo por las Fuerzas Armadas, desde 2002 hasta hoy se han registrado más de 5.500 civiles inocentes asesinados y luego hechos pasar por guerrilleros para demostrar la eficacia de la acción militar. Se conocen como “falsos positivos”, y es una tipología de la desaparición forzada.

La guerra mediatica

El elemento sobre-ordenador es el uso inescrupuloso y descarado de la artillería mediática, que no toma prisioneros.
Sobre el papel del “partido de los medios”, como fuerza de oposición a los gobiernos “progresistas” de la región se han vertido ríos de tinta. El “sentido común” es objeto de manipulación constante. La concentración y los “latifundios mediáticos “, el papel de las “corporations” y de sus “spin doctors” en la estrategia de desestabilización internacional, el uso moderno de las “redes sociales” son elementos estructurales del poder y de su contraofensiva continental. Vuelve de actualidad aquella frase de Malcolm X, pronunciada en los años 60: “Si no tienes cuidado con los medios de comunicación, con el tiempo terminarán haciéndote odiar a los oprimidos y amar a los opresores”.

También gracias a los medios de comunicación, en el plano político la derecha continental ha logrado romper sus diques y ganar a la oposición en contra del gobierno de Venezuela (y otros) algunos sectores de la ex-socialdemocracia mundial (desde el brasileño Fernando Enrique Cardoso, al chileno Ricardo Lagos, desde el argentino Hermes Binner, al español Felipe González). Clamoroso es el caso de Isabel Allende (hija de Salvador Allende y actual presidente del PS chileno), que ha llegado a definir el proceso venezolano como una “dictadura militar” y a pedir la liberación de los conspiradores golpistas en cuanto “presos políticos”.

Errores, desarrollismo y tecnocracia

Pero no todo es harina del costal del adversario.
En el balance general, a esta contraofensiva se suman los errores y unas cuantas “areas criticas” en la agenda de algunos gobiernos “progresistas”. Gobiernos que, además, hoy tienen menos recursos económicos disponibles debido a la crisis mundial.

El primer elemento crítico es una cierta inercia, fatal para los procesos de cambio. Una inercia que afecta a diferentes ámbitos de la vida política, económica, social y cultural. Casi un dormirse en los laureles de las muchas e innegables conquistas sociales. Una inercia que desmoviliza y debilita la participación política.
Es cierto que desde el inicio del ciclo de victorias electorales, la izquierda todavía no ha perdido en ninguno de los países. Pero las condiciones actuales son muy diferentes a las del pasado y los futuros desafíos electorales son cualquier cosa menos un paseo.
Para mencionar solo un tema que afecta a todos: el impacto de la crisis mundial y la contracción de la demanda de China (y europea) con la que hay que hacer cuentas, en una región donde el gigante asiático ha desembarcado hace tiempo con un peso extremadamente significativo.
Y el desplome de los precios de los “commodities” (empezando por el petróleo, cuyo valor de mercado se ha reducido a la mitad en tan sólo unos años), ha reducido drásticamente los recursos para las políticas sociales.

El segundo elemento es un proceso de integración continental que es todavía demasiado lento. Basta pensar en el “Banco del Sur”, lanzado en 2008, cuando aún estaban vivos Hugo Chávez y Néstor Kirchner y que todavía no despega en su plenitud. En el debate hay conciencia de la necesidad vital de la integración como un escudo y un instrumento de auto-defensa de la crisis internacional. Pero, al mismo tiempo, falta un programa de integración y complementariedad desde abajo, no sólo económica, sino también sindical, social y cultural. Si la complementariedad mueve sus primeros pasos en la discusión entre los gobiernos, todavía es demasiado incipiente entre las organizaciones de la izquierda y en los movimientos sociales.

Hay también una cierta visión tecnocrática presente en algunas experiencias de gobierno, de arriba hacia abajo, la cual no ayuda al diálogo con los sectores que pueden terminar en las garras del adversario. Esto permite a la derecha tratar de cooptar a los movimientos sociales que no tienen respuestas adecuadas de los gobiernos. Más allá de la cavernícola, existe hoy una derecha moderna, descarada, que adopta una posición instrumental y camaleónica. Se apropia del lenguaje de la izquierda moderada y, si es necesario, forma una alianza con sectores de la “ultra-izquierda” que hace de todo para radicalizar. Habla de ecologismo y se declara del lado de los “pueblos indígenas”, se llena la boca de los derechos humanos y de la libertad de expresión.

En la Ciudad de México era evidente la preocupación por la crisis en la Unión Europea, por su impacto en las poblaciones de Europa y en las economías de América Latina y el Caribe. Además de un renovado interés por la situación de la izquierda en el viejo continente, con un enfoque en la situación de Grecia y las próximas elecciones en España, Portugal e Irlanda.

Pero volviendo a América Latina, el punto central sigue siendo el “modelo de desarrollo”, aun basado en el extractivismo de los recursos naturales, (con el resultado de “re-primarizar” la economía sin capacidad sustancial de valor agregado) y en una cierta concepción “desarrollista”.
Ciertamente, el impacto de la crisis en los presupuestos de los gobiernos “progresistas” impone la necesidad de “hacer caja” para encontrar recursos y desarrollar políticas públicas capaces de satisfacer las enormes necesidades sociales. Pero a menudo ese modelo provoca, entre otros, conflictos sociales que erosionan la misma base social “natural” de estos gobiernos.
Sin duda, es fácil criticar a los gobiernos de la derecha o moderados por la depredación salvaje del medio ambiente. Menos fácil y mucho más incómodo el “derecho a criticar” a los gobiernos “post-neoliberales”, “progresistas” o “amigos”. Por otro lado, es más fácil estar en la oposición que en el gobierno (y en muchos casos no en el poder) y tener que actuar con eficacia en condiciones adversas, organizando la participación popular.
Pero la sostenibilidad del medio ambiente y una relación armoniosa entre la presencia humana y la naturaleza no tiene nada que ver con un cierto “fundamentalismo ecológista”. Es demasiado fácil liquidar las demandas de los movimientos sociales y de izquierda que mantienen su autonomía, como instrumentales o en la planilla de pago de la derecha reaccionaria. Y a pesar de los años que han pasado, no siempre la base social de los procesos de cambio cuenta con una organización estable, solida, de masa.

Sigue siendo insuficiente el debate (y sobre todo las prácticas concretas) sobre la contradicción capital-naturaleza, sobre el uso “sostenible” de los recursos del subsuelo (y otros), sobre la diversificación productiva. En otras palabras, sobre los contenidos del “socialismo del siglo XXI”, como alternativa a este modelo de desarrollo.
Es un debate urgente, sin atajos posibles.

Una risposta a “De Foros y alternativas”

  1. Excelente artículo !! Sobre la izquierda progresista latinoamericana, sin darle espacio a la derecha neoliberal salvaje y menos aún a la “inteligente”, hay que decir que en FSP esta en discusión tres tesis, aparte de las que señala Marco:
    1) tener mayoría electoral inestable no significa hegemonía político-ideológica clara;
    2) se ha reemplazado el “Consenso de Washington” por el de los Commodities para financiar social-populismo reeleccionista;
    3) no podemos seguir poniéndonos de perfil frente a la corrupción y crimen organizado que también nos corroe.
    Un cuarto teme podría ser que no decimos nada frente a la necesidad de cambiar políticas y estrategia frente a las drogas y sus secuelas: las estrategias penal-represivas y policial-militares son un fracaso en todos lados.
    Estos son los temas que también discutimos en el XXI FSP. Esto, por cierto, el marco del apoyo a los procesos progresistas que todos contribuimos a forjar en lucha contra el imperialismo y el neoliberalismo.
    Gracias Marco !!
    Hugo
    Partido Socialista – Peru

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