Libertad de expresión y derechos humanos

Seminario: Vigencia de la libertad de expresión a la luz de los Derechos Humanos.

(Santiago 31 de Mayo – 1 de junio 2023)

 

de Marco Consolo –

Quiero agradecer por la invitación a la Comisión Chilena de DD.HH. y al Colegio de periodistas, que han organizado este importante seminario, así como agradezco la colaboración de la Radio Universidad de Chile y el auspicio de la Izquierda Europea (PIE).

Me siento honrado de poder compartir con tan ilustres panelistas y trataré de complementar las otras ponencias.

A 50 años del golpe cívico-militar, quiero rendir homenaje a Augusto Góngora, un periodista que nos dejó hace pocos días y que luchó toda su vida por la libertad de expresión y en defensa de los DDHH. Tuve el privilegio de conocerlo y de trabajar con él, cuando Chile estaba todavía bajo la dictadura de Pinochet.

El tema que nos convoca es un tema imprescindible y muy urgente. Aún más, en los tiempos de incertidumbre que nos deja esta pandemia global, con temas insoslayables, como el derecho a la libertad de expresión y a una comunicación democrática y democratizadora. Una comunicación que enfrente la amenaza que representa la desinformación para los derechos humanos, las instituciones democráticas y los procesos de desarrollo.

Este seminario es un llamado para que se adopten respuestas multidimensionales y colectivas, fundamentadas en el marco internacional de los derechos humanos, e insta a los Estados a recalibrar sus respuestas a la desinformación, potenciando el papel de los medios de comunicación libres, independientes y diversos, invirtiendo en la alfabetización mediática y digital, empoderando a las personas y reconstruyendo la confianza de las sociedades.

La desinformación y las “fake news” no son un fenómeno nuevo.

Ayer se hablaba de libertad de expresión y de Cartago. Hoy, a propósito de desinformación y “fake news”, traigo un viejo ejemplo de mi tierra natal.

Hace más de 2.000 años, en la antigua Roma, Octaviano organizó una masiva y despiadada campaña de desinformación para destruir a su rival Marco Antonio y convertirse en el primer emperador romano, Augusto Gaio Julio César Ottaviano.

Desde aquellos lejanos tiempos, la información ha sido inventada y manipulada con objetivo de ganar guerras, promover carreras políticas, perjudicar a los vulnerables, vengar agravios y obtener ganancias económicas.

La desinformación mediática como arma de guerra 

¿Quién decide si una información es veraz y oportuna o no? ¿Quién dicta el sesgo de las noticias? ¿Quién impone lo que la población debe o no debe ver en la televisión, en Internet o en los periódicos?

El poder se ha vuelto cada vez más intolerante con cualquier forma de disidencia hacia él y quienes no lo honran.  Los nudos del sistema de medios se llaman falta de diversidad, de pluralismo y objetividad, consecuencia de la concentración de la propiedad, y también de la obsecuencia de los medios respecto de sus financistas, en particular de las empresas que contratan publicidad. En toda Latinoamérica las grandes corporaciones mediáticas concentran en sus manos alrededor de los 80 % de la difusión de prensa,  radio, y audiovisual.

En 2018, en EE.UU. se había forzado el cierre de medios como un canal turco (TRT World), uno ruso (Russia Today America), dos canales chinos (CGTN1 y CGTN2), un canal surcoreano (Arirang), África TodayFrance 24TeleSUR, Deutsche Welle de Alemania, entre otros, al calificarlos de ‘agentes extranjeros’. El veto a canales rusos en Occidente o la coerción a la hora de informar sobre temas delicados como el conflicto de Ucrania, la pandemia de COVID-19 o la corrupción, han evidenciado la manera en que algunos pretenden manipular y, al mismo tiempo, dar lecciones de derechos y libertades al mundo.

El tratamiento mediático de la guerra en Ucraina, es un menú pre-empaquetado. En Italia han desaparecido del debate hasta los generales que cuestionan las perspectivas del conflicto. Pero las críticas a la guerra avanzan, desde el movimiento pacifista, la iglesia católica, otras iglesias, los estudiosos de la geopolítica, los militares, los expertos en estrategia militar. El deber de la información sería dar a conocer todos los puntos de vista, el de los que dicen que esta invasión es peligrosa para el mundo y que hay que aplastarla cueste lo que cueste, pero también el de los que piden “cese al fuego” y que se dé espacio a la diplomacia. Se trata de generales, diplomáticos y el mismo Papa, que no tienen cancha en el relato del “Ministerio de la verdad”.

El poder de hoy tiene mano pesada y piel fina.

Hoy la política, las instituciones, los medios de comunicación complacientes, prefieren el lenguaje de la “comunicación de empresa”, declinada en las formas de comunicación comercial, de gestión y económico-financiera, que hoy adquiere un aspecto totalizador. Construye un estereotipo público que actúa como una narrativa sin matices, y sobretodo sin alternativas. En otras palabras, lleva la compleja realidad humana a la esfera de una simplificación y trivialización abstractas y a la dimensión de cliente, de consumidor.

Por otro lado, es sabido que la intolerancia y la descalificación del adversario,  el odio y la agresividad atraen mucho más atención que la reflexión y la análisis racional. Son más sencillas y primarias en sus lógicas, van derecho al estómago, se conectan más fácilmente con las estrategias de atracción de la atención de los medios egemónicos “main stream” y, además, son mucho más fáciles de producir, en cuanto solo se necesitan falta de vergüenza, de rigurosidad, de pudor y, naturalmente, un gasto significativo.

En nuestros tiempos, el contenido se ha ido desplazando y la comunicación es el mismo centro de la acción. Ya no se trata de comunicar contenidos con acciones que se han llevado a cabo, sino de llevar a cabo acciones comunicacionales. Se trata de atraer atención, independentemente del contenido de lo que está mirando. Esa falsa narrativa, acompañada de agresiones dirigidas y muchas veces sin  sentido racional, se convierte en la parrilla programática diaria, que distorsiona completamente nuestra percepción sobre determinados asuntos.

Decía que la desinformación no es un fenómeno nuevo. Lo que sí es nuevo es la manera en que la tecnología digital ha hecho posible que diversos actores creen, difundan y amplifiquen información falsa o manipulada por motivos políticos, ideológicos o comerciales a una escala, a una velocidad y con un alcance sin precedentes.

Aunque se reconozcan las complejidades y dificultades que plantea la desinformación en la era digital, la verdad es que, en general, las respuestas adoptadas por los Estados (y las empresas) han sido problemáticas, insuficientes y perjudiciales para los derechos humanos.

Al interactuar con agravios políticos, sociales y económicos del mundo real, la desinformación en línea puede tener graves consecuencias para la democracia y los derechos humanos, como ha quedado demostrado en elecciones recientes y en la respuesta a la pandemia de COVID-19. La desinformación es políticamente polarizante, impide que las personas ejerzan verdaderamente sus derechos humanos y destruye su confianza en los gobiernos e instituciones.

El caso europeo

Yo vengo de Italia, de Europa, un continente en donde los poderes fácticos y la extrema derecha están liderando el proceso destituyente del sistema de democracia liberal. De hecho, la escisión entre democracia y capitalismo se está produciendo en casi toda Europa. Empezando por la sociedad italiana, las formaciones sociales se deslizan rápidamente hacia formas de “revolución pasiva”, como la llamó Antonio Gramsci. El gobierno “post-fascista” italiano es emblemático de ello.

Doy algunos ejemplo concretos de comportamiento mediático destituyente.

Hace unos pocos años, una carta que se hizo pública del banco estadounidense JP Morgan, “recomendaba” a los gobiernos europeos (en particular Italia, Francia y Grecia) de deshacerse de las constituciones post segunda guerra mundial, porque garantizaban demasiados derechos sociales a los pueblos y eran demasiado antifascistas. Más claro imposible.

Ese proceso destituyente o intento destituyente, lo vivimos con Donald Trump en los EE.UU., en Brasil con Bolsonaro, en la India, en Filipinas.  En Europa tenemos a Hungría y a Polonia como casos muy destacados que intentan destituir la democracia y la libertad en nombre de la libertad, una paradoja grotesca. Es decir, esa apropiación de la palabra libertad solamente como el deseo individual, que nos retrotrae a esos viejos tiempos en los que los Chicago Boys definieron la libertad en los estrechísimos márgenes de elegir entre unas cuantas marcas distintas en el supermercado. Y frente a los “latifundios mediáticos” el derecho a la información es elegir entre varios medios que tienen las mismas noticias y el mismo enfoque.

Y por otro lado, se confunde intencionalmente “libertad de expresión” con “libertad de empresa”, siendo la SIP (Sociedad Interamericana de Prensa) la punta del iceberg continental de esta “confusión”.

En Gran Bretaña, en la campaña a favor del Brexit, la ultraderecha fue capaz de reorientar un genuino rechazo al desempoderamiento del pueblo, como si fuera una responsabilidad única de la tecnocracia de la Unión Europea. Según la campaña, quienes nos quitaban poder eran los burócratas de Bruselas y, para reclamar ese poder, el pueblo británico tenía que salirse de la Unión Europea. En otras palabras, es importante tener presente que la fuerza que se manifiesta en el momento destituyente en términos de negación, de “anti”, cuando pasa a adquirir la dimensión positiva puede ser articulada y dirigida por cualquiera.

El pueblo de Chile tuvo que enfrentar un verdadero tsunami mediático destituyente que todos/as ustedes conocen bien.

Algunas de las metodologías de los que se opusieron a una nueva Constitución son conocidas: escondieron a los voceros conocidos que representaban a la derecha tradicional, ocuparon los medios nacionales y las redes sociales para difundir noticias falsas o confusas, utilizaron toda los “latifundios mediáticos” y su artillería comunicacional para profundizar la sensación de desconfianza y riesgo. Como se decía ayer, la ”industria del miedo”  operó en el sentido destituyente.

Las fake news, la cultura de la sospecha hacia “el otro”, del odio y  la conspiración son algunas de las causas de una derrota con origen en los poderes fácticos, los vacíos y espacios grises en la legislación respecto a las herramientas de comunicación digital y a la instalación de mentiras, todas técnicas muy desarrolladas por la ultraderecha a nivel mundial.

En Chile, el pasado 29 de Mayo, la “Comisión de expertos” que elabora el anteproyecto de nueva Constitución chilena aprobó un nuevo artículo sobre libertad de expresión. El texto modifica parcialmente la actual Constitución para definir este derecho, pero no incorpora disposiciones sobre pluralismo mediático y prohibición de monopolios privados. Sólo se refiere al estatal, como si la concentración mediática fuera en manos del Estado chileno y no de los privados. Como decía el gran escritor uruguayo Eduardo Galeano, enfrentamos la narrativa del “mundo al revés”.

En realidad, en la nueva economía digital y con la irrupción de los gigantes de la así-llamada “Gig economy”, los estados han perdido el monopolio respecto a la capacidad de generar información. Hoy Google o Microsoft, con el “Big Data” (combinando datos estatales abiertos con datos privados) cuentan con mejor información y analítica de datos que las administraciones que deberían regular su acción. Son los algoritmos del ”Big Data” que deciden la información a consumirse, a través de la geo-localización y la segmentación de la audiencia.

La desinformación no es solo un fenómeno, sino que es una acción concreta, concertada por varios individuos y que tiene un objetivo específico en torno a la desestabilización de la sociedad.

La desinformación y la intolerancia van de la mano en la destrucción de cualquier base común para el encuentro entre los/as ciudadanos/as y, por lo tanto, son una amenaza profunda a la democracia y a la posibilidad de acuerdos para un nuevo pacto social que permita avanzar como país. Son acciones que vulneran el derecho a la libertad de expresión y que buscan manipular las personas a través de sus sesgos cognitivos para producir una determinada opinión.

Conclusión

Además de un nuevo cuadro normativo que evite la concentración y que regule no solamente los medios tradicionales, sino también las grandes plataformas, en ambos continentes tenemos tres batallas en común:  información, ideas y emociones.

Me parece que estamos todavía en la batalla de la información, muy lejos de llegar al terreno de la batalla de las ideas.  No cabe duda que lo primero que tenemos que abordar es la batalla para que la información llegue a la gente. Al mismo tiempo, más allá de la esfera racional, tenemos que enfrentar la batalla de las emociones, es decir como llegamos a los corazones, motivando a la gente a través de esas herramientas que construimos.

Discrepo profundamente de los que dicen que la mejor política pública de comunicación es la que no se hace. Sin medios de prensa, Tv, radio, etc. propios, que contrasten la narrativa de odio, miedo y terror, la realidad es simplemente la que cuenta el “Gran hermano”. No tener una política pública de comunicación, y medios de comunicación propios es uno de los peores errores estratégicos para los/las que quieren impulsar cambios sociales.

En la búsqueda de una nueva Constitución, y en la continuidad de la vida democrática del país, hacer frente a los fenómenos desinformativos y a la intolerancia, es un desafío necesario y paralelo a cualquier esfuerzo constitucional.

Muchas gracias.